Reseña crítica de Dos – Alberte Momán Noval



Dos, del escritor gallego Alberte Momán, es una novela que despliega un ambicioso ejercicio de introspección afectiva y política, combinando narración realista, pensamiento feminista y una sensibilidad poética que desarma desde las primeras páginas. En ella se articulan temas como el deseo, la soledad, el trauma, la sororidad, la identidad sexual y la posibilidad de encontrarse —y reconocerse— a través del cuerpo y la palabra. Es, como sugiere el título, una historia de dos, pero también de muchas: una travesía emocional que nace del yo y se proyecta en lo colectivo.

La obra se estructura en siete partes narrativas que alternan entre el relato íntimo de Clara, una funcionaria atrapada en la rutina de su trabajo y sus relaciones afectivas estériles, y la progresiva irrupción de Ana, una mujer marcada por la violencia de género, cuya existencia, descubierta primero por accidente y luego buscada con obstinación, desestabiliza por completo a la protagonista. La novela concluye con un conjunto de textos líricos de altísimo voltaje erótico y político, bajo los epígrafes "Trabajos manuales de elaboración metafísica" y "Oratorio apócrifo", que expanden simbólicamente la unión de los cuerpos y los deseos más allá de las convenciones.

Desde las primeras páginas, Clara aparece como una mujer sumida en una existencia gris: sus días se suceden entre la indiferencia laboral, encuentros sexuales sin trascendencia emocional con un tal Marcos, y un malestar difuso que se manifiesta como necesidad de ruptura. Este malestar es el germen de la transformación que articula el arco narrativo de la protagonista. A través de una escena decisiva —una noche de embriaguez que termina en el abandono de Marcos y en un episodio con tintes de peligro—, Clara se abre a una libertad que hasta ese momento no se había permitido explorar.

La novela se intensifica a medida que Ana entra en escena. Lo que comienza como una curiosidad profesional (Clara accede a su expediente desde su trabajo) se convierte rápidamente en obsesión, y más adelante en deseo. Momán construye aquí un retrato preciso de una atracción naciente que rompe las estructuras habituales del relato romántico: Clara no conoce a Ana a través de una cita ni de una casualidad idílica, sino a través de la investigación, del espionaje y de una fantasía que se cuece al margen de toda ética profesional. Este punto, lejos de idealizarse, es problematizado con maestría, y alcanza su clímax en una secuencia de encuentro accidentado —una caída, un hospital, una primera conversación real— que destila incomodidad, torpeza y verdad.

Lo fascinante de Dos es que no cae nunca en el sentimentalismo. La atracción entre Clara y Ana se construye a través de la tensión, del miedo, del rechazo y de la imperfección. Ana es una mujer marcada por una experiencia traumática que ha desarrollado mecanismos de defensa extremos; Clara, por su parte, es torpe, desubicada, incluso invasiva. Pero ambas comparten un anhelo de contacto que, cuando finalmente se materializa, lo hace en condiciones de desnudez emocional y con una entrega que subvierte las reglas del amor romántico convencional.

En cuanto a estilo, Momán combina una prosa de gran densidad emocional con momentos de extrema precisión poética. Las descripciones sensoriales, los diálogos entrecortados, los monólogos internos llenos de contradicción y deseo frustrado construyen una voz narrativa profundamente humana. La novela está plagada de escenas memorables, como el reencuentro en la ducha tras la borrachera de Clara, o la conversación en el hospital, que revelan una extraordinaria capacidad para captar la vulnerabilidad sin caer en el melodrama.

Uno de los aspectos más interesantes de Dos es su manejo del erotismo. A diferencia de la mayoría de los relatos contemporáneos, donde el sexo aparece estetizado o simbólicamente descafeinado, aquí es físico, explícito, vital y cargado de significado. El cuerpo no es metáfora del alma, es el espacio mismo donde la subjetividad se realiza y se negocia. Esto queda particularmente claro en la segunda mitad del libro, donde Momán da un giro estilístico y propone una serie de textos poéticos en los que los cuerpos de los amantes —ya sin nombres— se funden en escenas que combinan deseo, ternura, placer y reivindicación política.

Estos poemas (o prosas líricas), lejos de ser un añadido decorativo, son una prolongación natural del relato. En ellos, el autor convierte el acto sexual en un rito de consagración de la libertad, una forma de revolución afectiva. Se afirma, entre otras cosas, que “ningún cuerpo es una frontera” y que “ningún deseo puede ser proscrito entre personas que se corresponden”, rescatando así la dimensión ética y política del deseo compartido. En estos textos, lo queer, lo sensual y lo espiritual se entrelazan sin fricciones, en una celebración del amor y del cuerpo como espacios de resistencia frente al mundo normativo.

En suma, Dos es una obra valiente, sincera y absolutamente necesaria. Con un lenguaje que desafía tanto las convenciones narrativas como las morales, y con una historia que no teme enfrentarse a las contradicciones del deseo, Momán firma aquí una novela que se inscribe en la mejor tradición de la literatura queer contemporánea, sin renunciar nunca a su singularidad estética ni a su dimensión política.

Es, además, una obra que interpela directamente al lector o lectora: ¿Qué nos impide entregarnos al deseo? ¿Cómo enfrentamos nuestras propias barreras internas? ¿Estamos dispuestos a asumir el riesgo de conectar verdaderamente con el otro, incluso cuando eso nos arranque de nuestras zonas de seguridad? Dos no ofrece respuestas fáciles, pero sí una posibilidad: la de mirar el amor no como redención, sino como revolución.