Introducción
La savia calcinada de Alberte Momán Noval es, a primera vista, un libro difícil, un texto que desafía la lectura convencional y que parece escrito para incomodar tanto como para iluminar. Se presenta en tres lenguas —gallego, español e italiano—, lo cual ya constituye un gesto estético: no estamos ante una mera traducción ni ante una edición bilingüe, sino ante un proyecto trilingüe en el que cada idioma participa de la construcción del sentido. La savia —esa sustancia vital que circula por el interior de los cuerpos vegetales— aparece aquí en estado de combustión, abrasada, deshecha. La imagen es tan poderosa que condensa, desde el título, la doble naturaleza del libro: vitalidad y destrucción, energía y aniquilamiento, regeneración y pérdida.
Alberte Momán es un autor gallego con una trayectoria marcada por la exploración radical de los límites del lenguaje. Su obra, tanto en prosa como en poesía, se caracteriza por el cuestionamiento de las estructuras narrativas y por una voluntad de incomodidad que se traduce en rupturas, discontinuidades y tensiones entre lo lírico, lo filosófico y lo político. En este poemario, Momán despliega con toda su crudeza esa poética de la fractura.
Lo que sigue es un intento de recensión crítica extensa que abordará la obra en distintos planos: temático, estilístico, filosófico y político. El objetivo no es reducir La savia calcinada a un conjunto de interpretaciones cerradas, sino explorar sus múltiples resonancias, atendiendo al carácter fragmentario y polifónico que lo atraviesa.
1. El cuerpo y el deseo: entre el goce y la norma
Uno de los hilos principales de La savia calcinada es la representación del cuerpo, y especialmente del cuerpo en su dimensión erótica. Desde el primer poema, el semen y el pájaro de fuego instauran una imaginería que asocia la sexualidad con la destrucción. El deseo aparece en su faceta cruda, sin eufemismos: hay placer, pero también hay violencia, hay goce y hay azote, hay piel viscosa sobre piel desnuda, hay labios que se convierten en esfínteres.
Este tratamiento del cuerpo rompe con cualquier concepción idealizada del amor o del erotismo. El yo poético afirma sin titubeos: “Si todo esto es el amor / prefiero pasar al segundo plato”. Con esta declaración, Momán dinamita la tradición romántica y plantea un erotismo despojado de espiritualización. Lo sexual se muestra como un juego de poder, como un intercambio de dominación y sometimiento, como un espacio donde la norma y el imperativo legal se infiltran.
El sexo, lejos de ser liberación pura, se convierte en terreno disciplinado. “Paso a relaciones carnales / por imperativo legal”, escribe el poeta, subrayando la imposición de la norma incluso en los actos más íntimos. Aquí se percibe una crítica feroz al modo en que las estructuras sociales y jurídicas penetran en la esfera privada, dictando los modos de goce y regulando la experiencia del cuerpo.
Al mismo tiempo, el texto exhibe una fascinación por lo obsceno. La crudeza verbal no es gratuita: funciona como estrategia para arrancar al lector de la comodidad, para sacudirlo. La obscenidad es, en este sentido, una forma de conocimiento, una vía para revelar lo que la moral dominante pretende ocultar.
2. Crítica social: trabajo, alienación y privilegio
Otro eje fundamental del libro es la reflexión sobre el trabajo y la alienación. En uno de los fragmentos más potentes, el yo poético se sitúa en un taller industrial del textil. Su sufrimiento alimenta un engranaje descomunal, un cuerpo mayor que lo absorbe. Esta escena condensa la experiencia del trabajador alienado, reducido a pieza de una maquinaria impersonal.
Sin embargo, Momán no se limita a describir la explotación laboral. El poema introduce un matiz inquietante: ese mismo sistema que explota es también el que enseña a leer y a escribir, el que ofrece la alfabetización como herramienta. “Hoy soy el hijo / de un sistema que me enseñó / a leer / a escribir / a moverme con cierta soltura / por los laberintos de sus leyes y normas”. La educación aparece así como un arma de doble filo: es un privilegio que permite cierto margen de autonomía, pero también es un dispositivo de control que naturaliza las desigualdades.
La afirmación “pobres de los que no tuvieron / la suerte / de poder leer / y entender / su destino” revela el carácter profundamente político de la alfabetización. Saber leer no es aquí un derecho universal, sino una suerte de lotería que determina quién puede acceder a la comprensión y quién queda excluido. La palabra escrita se convierte en un privilegio que legitima jerarquías sociales.
En este sentido, La savia calcinada se inscribe en una tradición de poesía crítica que denuncia la violencia estructural del capitalismo y de sus instituciones educativas. Pero lo hace de un modo no panfletario: la denuncia se articula a través de imágenes simbólicas, de metáforas abrasivas, de un lenguaje que no predica, sino que hiere.
3. Filosofía desacralizada: Zaratustra en el supermercado
La presencia de Zaratustra en el poemario constituye una de las operaciones más irónicas de Momán. Lejos de la solemnidad con que Nietzsche construyó a su profeta, aquí aparece despojado de aura: “Zaratustra / no era un emigrante sin papeles / era un burgués con pasaporte / y tarjeta de crédito”. Con esta frase demoledora, el autor desacraliza la figura filosófica y la devuelve al terreno de lo cotidiano, convirtiéndola en caricatura de la burguesía contemporánea.
El superhombre, ese ideal nietzscheano que prometía trascender las limitaciones humanas, nunca aparecerá en la portada de un cómic. La ironía desmonta el mito moderno y señala su impotencia en el contexto actual. La filosofía, lejos de ofrecer soluciones redentoras, queda reducida a retórica vacía o a espectáculo banal.
Esta operación crítica no implica, sin embargo, un rechazo a la reflexión filosófica. Al contrario, lo que hace Momán es mostrar cómo la filosofía puede ser instrumentalizada por las lógicas del poder o vaciada de su radicalidad. Al devolver a Zaratustra a la esfera de lo burgués, denuncia la incapacidad de la tradición filosófica para responder a las necesidades de un mundo roto y alienado.
4. El lenguaje como campo de batalla
Más allá de los temas concretos, lo que unifica todo el libro es la reflexión sobre el lenguaje. La savia calcinada es, en última instancia, una exploración de los límites de la palabra. El propio yo poético lo declara: “Es necesario un nuevo léxico / que no se construya con la perversión del mal impuesto / sino con el placer de lo que queda por aprender”.
El lenguaje heredado —ese que proviene de la educación formal, de la norma, del derecho— aparece insuficiente, contaminado, incapaz de nombrar la experiencia. Por eso, el poemario se construye como un gesto de ruptura: frases cortadas, imágenes violentas, obscenidad, fragmentos que se niegan a cerrarse. El estilo es una tentativa de dinamitar el discurso establecido y abrir espacio para un vocabulario otro.
En este punto, la noción de “savia calcinada” cobra todo su sentido. La savia es la circulación vital del lenguaje, aquello que lo mantiene vivo. Pero aquí aparece calcinada, reducida a cenizas. La quema es necesaria para regenerar, para permitir que brote una palabra nueva. Así, el poemario es tanto una constatación de la ruina del lenguaje como una apuesta por su reinvención.
5. Estilo y forma fragmentaria
Formalmente, el libro se compone de fragmentos breves, separados por signos (§ o ~) que marcan pausas abruptas. No hay continuidad narrativa: cada sección se presenta como un golpe, como un destello. Esta fragmentariedad refuerza la idea de un mundo roto y discontinuo, donde no es posible construir un relato lineal.
El ritmo oscila entre la cadencia lírica y la prosa poética. En ocasiones, el poema adopta un tono de aforismo filosófico; en otras, se hunde en la obscenidad sexual; en otras más, despliega imágenes sociales o políticas. Esta oscilación constante contribuye a la sensación de desconcierto.
La sintaxis se quiebra, las frases se interrumpen, los encabalgamientos son abruptos. Todo ello contribuye a generar una lectura incómoda, que obliga a detenerse y recomponer el sentido. No hay fluidez; hay fricción. Y esa fricción es, precisamente, el motor del conocimiento que propone Momán.
6. La incomodidad como método
Un rasgo esencial de La savia calcinada es su voluntad de incomodar. El lector no encuentra aquí un refugio ni una voz consoladora. Al contrario, se enfrenta a imágenes violentas, a obscenidades, a sarcasmos. La incomodidad no es un defecto, sino un método: al desestabilizar al lector, el texto lo empuja a cuestionar sus propios presupuestos morales, lingüísticos y políticos.
Esta estrategia conecta con tradiciones vanguardistas y experimentales, pero en Momán adquiere un matiz propio: no se trata de un experimentalismo formal por sí mismo, sino de un gesto ético y político. La incomodidad se convierte en herramienta crítica.
7. Valoración crítica
La savia calcinada no es un libro fácil ni amable. Exige del lector una disposición especial: la de aceptar la fragmentación, la obscenidad, la violencia verbal. Pero para quien se adentre en su propuesta, el poemario ofrece una experiencia de lectura intensa, capaz de interpelar en varios niveles: corporal, social, filosófico y lingüístico.
La riqueza de la obra reside en su polifonía. No se limita a ser un poemario erótico ni político ni filosófico: es todo eso a la vez, en tensión constante. La crudeza del lenguaje puede resultar excesiva para algunos, pero es precisamente esa radicalidad lo que le confiere fuerza.
En el panorama de la poesía contemporánea en español, Momán ocupa un lugar singular. Su obra no busca la complacencia ni el reconocimiento fácil; se sitúa en los márgenes, en la frontera, explorando zonas de incomodidad. La savia calcinada confirma esta posición y la lleva a un extremo radical.
Conclusiones
En conclusión, La savia calcinada es un poemario que convierte la lengua en campo de batalla. El cuerpo, el deseo, el trabajo, la filosofía y la norma social se entrelazan en un texto fragmentario, violento y luminoso a la vez. La metáfora de la savia calcinada expr
esa la necesidad de quemar el lenguaje heredado para inventar otro, capaz de nombrar la experiencia sin someterse a la perversión del poder.
Lejos de ser un libro cerrado, el poemario se abre como un espacio de confrontación, invitando al lector a atravesar la incomodidad y a pensar desde la ceniza. Con esta obra, Alberte Momán Noval reafirma su lugar como una de las voces más radicales de la poesía actual, un autor que entiende la escritura no como adorno, sino como riesgo, como resistencia y como posibilidad de invención.